Rubens Riol
La primera muestra individual en Miami del joven artista visual cubano Francisco Masó (La Habana, 1988), estará a disposición del público en el espacio Connect Now Room de Arts Connection Foundation. Bajo el título Surreptitious Stripes, la exhibición –comisariada por Katherine Chacón y Jim Peele, integrantes del equipo North-South Curators– reúne los dos primeros volúmenes del proyecto Registro estético de fuerzas encubiertas, que suman un total de 40 pinturas abstracto-geométricas en la técnica de acrílico sobre lienzo.
El Nuevo Herald sostuvo un intercambio electrónico con el artista para conocer los detalles de la exposición: “Los diseños en mi pintura parten de las confecciones textiles usadas por el poder político cubano (funcionarios, agentes, oficiales) en las acciones de enfrentamiento contra los grupos de oposición. Mediante los módulos de ropa entregados por organismos y centros de trabajo, los pullovers a rayas y camisas a cuadros se convierten en un patrón civil del pueblo uniformado, distinguible gracias a una estética geométrica particular. En este contexto, mis piezas constituyen una guía útil para reconocer las fuerzas de poder detrás de las cortinas de humo del sistema, al tiempo que, diserta sobre el estado de militarización de la sociedad civil cubana”, declaró el pintor.
La estrategia de Masó, para visibilizar los mecanismos de control social en la isla, parte del impulso mimético de la apropiación; es decir, el calco, esa relación vinculante de sentido entre el referente y la obra, que los hace idénticos. Pues se basa en fotografías y videos documentales de disturbios públicos en los que él percibe la repetición de ciertos patrones estéticos en la forma de vestir de agentes anónimos, poniéndolos al descubierto; mientras nos remite a aquella tipología social, harto conocida en Cuba –desde el choteo– como el cuadro del partido, el funcionario de la UJC, el cederista, el informante, el infiltrado o el militante, por lo general, burócratas y oportunistas disfrazados. “En el caso específico de esta serie, la información obtenida proviene además de marchas y manifestaciones en las cuales he sido testigo presencial, así como de mi relación con reporteros y periodistas independientes, que asisten a los sucesos políticos y de personas que publican en internet tales eventos”, agregó.
Semejante discurso adquiere una función didáctica, en tanto propone una metodología de la advertencia, que se transforma enseguida en detonante de la paranoia colectiva. Ya que el pintor informa a la comunidad civil sobre el silencioso camuflaje de la represión, empleado por el ojo ubicuo del poder para intervenir y controlar acciones adversas. En este sentido, podríamos decir que Masó defiende cierto activismo político desde la naturaleza inofensiva del arte abstracto, al tiempo que delimita un paisaje donde conviven vigilantes y vigilados. De modo que su pintura funciona cual espejo, devolviéndole al poder su imagen desacreditada, burlada, puesta en ridículo, como comentario ácido y risueño, empleando la propia vigilancia como antídoto.
No obstante, el artista explicó: “Debe quedar claro que no existe modificación o especulación en el proceso creativo. Mi trabajo ha sido registrar códigos estéticos tras un período de análisis de dichos materiales. ¿Cómo fui capaz de detectarlo? Pues yo diría que existe una sensibilidad o lo que prefiero llamar ‘predisposición’ hacia la búsqueda de categorías o patrones de conducta humanos”. La concientización de la relación estético-ideológica, entre los esquemas a rayas o a cuadros y las formas de control social y su empleo en la cotidianidad, demuestran, indiscutiblemente, la veracidad de mi hipótesis”.
Egresado de la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro en 2007, donde aprendió las técnicas tradicionales del arte (dibujo, pintura y escultura), especializándose en grabado y sus diferentes técnicas; y de Diseño Escenográfico en el Instituto Superior de Arte (ISA) en 2014, Masó nos confiesa que la “institución” educativa cubana que más ha influido en la estética de su trabajo actual y en la definición de sus preocupaciones éticas fue “la Cátedra Arte de Conducta creada por la artista Tania Bruguera. Ello se debe a una vocación transdisciplinar, orientada a la búsqueda de nuevas metodologías y nociones de aplicación a la realidad. Así, el trabajo con información estadística y fuentes confidenciales permite que lo ético como concepto cobre un valor fundamental”.
Pero el aspecto más curioso de esta producción, es el hecho de que su creador apenas se identifica con las etiquetas sugeridas por la crítica especializada, respecto a su compromiso con una supuesta abstracción constructiva (sólida, de líneas horizontales y paralelas de colores planos, por lo general monótonos), que indaga en la tradición de ese tipo de pintura en el continente latinoamericano, corriendo su horizonte formal desde una nueva experimentación.
“Nunca imaginé que haría este tipo de pinturas, ni que me catalogarían como pintor abstracto”, explica Masó. “De hecho, no me considero así, al menos, en un sentido moderno del término. Durante el último año he dedicado gran tiempo al estudio de varios textos y artistas abstractos. Uno de gran utilidad es la tesis de doctorado Arte abstracto e ideologías estéticas en Cuba de Ernesto Menéndez-Conde sobre las relaciones entre la práctica abstracta y la política cultural cubana después de 1959. Sin embargo, no me identifico con la abstracción de Cuba del período republicano, me refiero específicamente a la creación del Grupo Los Diez Pintores Concretos o el Grupo Los Once, ni tampoco con los creadores que, en el transcurso de más de cinco décadas, han continuado trabajando desde esa perspectiva. Mi obra, en el contexto de Cuba, se relaciona más con los preceptos de Tania Bruguera y Ernesto Oroza”. Es decir, concibo la abstracción como una noción de pensamiento que, condicionada por los objetivos gnoseológicos de las investigaciones, convierte datos y patrones en geometrías reconocibles”.
Podríamos afirmar entonces que su coqueteo con la abstracción geométrica más que un fin ha sido un medio, un juguete accidental del cual se vale el artista para transformar la realidad. Dicho esto me arriesgaría a decir que en su obra habita el fantasma duchampiano de la utilidad del objeto y sus posibilidades de plagio y resemantización, pues esos pullovers importados desde China, México, Ecuador, Estados Unidos y Panamá, que podrían ser Lacoste o de otra marca cualquiera, al final son –contradictoriamente– la misma forma de penetración ideológica a la que el poder cubano le ha temido siempre. Por lo que el gesto de convertir los diseños textiles en motivo para hacer cuadros u objetos artísticos –los cuales se me antojan como banderas extrañas o insignias de contrabando– implica la voluntad paródica y mercantilista del viejo arte pop, en este caso, con matices de denuncia social y política.
Después de entender la obra de Francisco Masó, solo después, nos acordamos de Jeremy Bentham, Michael Foucault, Gilles Deleuze, George Orwell, Bruce Nauman, Nam June Paik o Raúl Cordero, artistas que han teorizado sobre sistemas penitenciarios, panópticos, sociedades distópicas, disciplinarias, arquitecturas del miedo o la hipervigilancia en las sociedades contemporáneas.
Lo más gracioso es que mientras el mundo entero sucumbe a las trampas de la tecnología y descarga una app para seguir (to follow) y ser per-seguido (to be followed), voluntaria o inconscientemente, en Cuba, el juego aun consiste en cambiarse un uniforme a rayas por uno a cuadros, camuflaje tercermundista, cuyos promotores ignoran, seguramente, las nociones elementales del mundo fashion.